jueves, 27 de mayo de 2010

ATRACOS GASTRONÓMICOS

¿Quién no ha escuchado, en cualquiera de las tertulias entre familiares, amigos o conocidos, expresiones del estilo: Chacho, tremenda estallada nos dieron en el restaurante de la otra noche?
Bien de forma indirecta o como sujeto paciente, a cualquiera de nosotros nos ha tocado el papel de víctima frente a un camarero desaprensivo. En ese sentido recuerdo varias anécdotas de lo más sangrantes.
Imagínate que entras en un bar con un grupo de amigos y se te ocurre pedir unas botellas de vino y unas cuantas raciones de picoteo. Entre vino y vino, montadito de vueltas, anilla de calamar dudosamente sahariano y conversación intrascendente, llega la hora de pagar y... con el correspondiente coño intercalado, se te escapa cualquier retahíla de expresiones que van desde el socorrido ¿Se rompió algo, Juanito? al evangélico ¿El vino era de las bodas de Canaán?
Como para no encochinarse cuando la cuenta asciende a 50€ por cabeza. Sales de allí rogándole al cielo que el vino no te haga daño para no verte en la necesidad de regurgitar el preciado líquido o deseando que el indubio cefalópodo del Sahara, se mantenga en el estómago el tiempo suficiente para amortizar la costosa inversión.
Si el restaurante hubiera sido de esos de “pitiplón” estilo La Casita, Churchill o cualquiera otro de rimbombante nombre, irías preparado para la clavada, pero si el asunto te sucede en un bochinche de Arinaga y la única bondad del comedero era tener salida para dos calles, la cosa tiene su premeditación y alevosía. Menos mal que el susodicho bochinche cerró sus puertas, evitando así la posibilidad de nuevos atracos.
No es que uno se queje de la carestía. Sucede que en algunos sitios, el precio está en consonancia con la calidad del producto y uno sale satisfecho aunque la ración de pienso haya salido un poco cara.
A pesar de todo, el problema no está en lo que te cobren, sino en la cara de tonto que se te queda.
Como dice un amigo:- A mi no me importa que me digan cabrón, lo que de verdad me jode es que intenten colgarme las chaquetas en los cuernos.
Aunque el peor robo, fraude, chulería, trile, estafa o atraco a tenedor armado que he visto sufrir a humano conocido, lo presencié en Madrid. ¿La calle? Arenal. ¿El Restaurante o más bien cuchitril? Arysol. Serían poco más de las tres y media de la tarde del día 11 de febrero de 2008 cuando, aburridos de esperar en Barajas, decidimos darnos un pateo por la Puerta del Sol. Vladimir acababa de llegar de Cuba y era un ocasión como cualquiera otra para acercarlo al corazón de Oso.
Con el fin de instruirlo en los principio de buen tapear, intentamos llegar a Casa Labra que se encuentra en la Calle de Tetuán, justo al costado y a media cadera de El Corte Inglés. Para nuestra desgracia, sobre todo para la del bolsillo de Vladimir a tenor de lo acontecido después, los tres portones de Casa Labra habían capitulado hacía pocos minutos y no volverían a abrirse hasta las cinco y media de la tarde. Fue entonces cuando se me ocurrió el mayor disparate de mi dilatada historia bochinchera. Desandamos el camino intentando buscar algo similar al lugar donde Don Pablo Iglesias fundó el Partido Socialista Obrero Español, también reconocido por sus exquisitas croquetas de Bacalao, pero la suerte no estaba de nuestro lado esa tarde febreruna. Fue en ese instante cuando se nos cruzó en el camino un sitio con aspecto de cafetería de barrio , de esas de café con leche y sándwich mixto, sin demasiadas pretensiones. Alli, con su acristalado tríptico de color verde alpino, estaba la ya citada Arysol. Cuando entramos, nada nos hacía sospechar el atraco que vendría a continuación.
Yo, como siempre se ha dicho que en Madrid se come el mejor pescado del país y el sitio presume de marisquería, pedí una ración de calamares, pero Vladimir, un poco hastiado de plasticidad gastronómica de Air Europa, pidió carne de vaca. El camarero, que para ese momento ya se había puesto el pasamontañas y pertrechado con el bloc de notas a modo de "recortada", le recomendó el entrecot de la casa. Aun hoy me pregunto de que casa sería el citado lomo, teniendo en cuenta lo que hubo que pagar por el.
La pieza era más bien tirando a fina, del tamaño de un mano grande y acompañada de verduritas saltarinas, o sea de bote.
Ni que decir hay, que los calamares desmentían aquello de - en Madrid el mejor pescado-, pues eran anillas tirando a elástico de cartero.
Lo cierto es que la cosa hubiera pasado sin pena ni gloria de no ser por el drama de la cuenta.
Cuando miré la notita que el camarero había depositado sobre la mesa, mi aspecto se tornó entre olla de presión y locomotora de vapor. La cuenta, que aún conservo por si alguien intenta desmentirme, ascendía a la módica cifra de 50 Euros, de los que el entrecot se llevaba la bonita cantidad de 33,61 Euros, 12 Euros los elásticos de cartero y el resto entre bebida y algo de pan. Con la cuenta en la mano, me puse en pie con la intención de discutirle al camarero lo absurdo de los precios, pero Vladimir, que era el “pagano”, me retuvo y dio por zanjado el incidente.
Puesto que el jodido entrecot me seguía bailando en las tripas, a pesar no haber sido yo el que se lo comió, me dediqué a indagar precios de las distintas razas bovinas de origen nacional. Desde la retinta extremeña a la Alistana Sanabresa, pasando por la Avileña y la Tudanca. En ningún caso, el precio del Kg de entrecot superaba los 20 Euros. Solo encontré una raza que justificara ese precio. Se trata de unos bueyes criados en Japón, a los que atiborran de cerveza y dan masajes diarios, cuyo precio ronda los 120 Euros Kg. De ahí que todavía siga cuestionándome ¿Seria de un buey de Kobe el misterioso entrecot?
Mientras nos alejábamos en dirección a la boca del Metro, eché una última mirada al garito y me pareció ver ondeando en lo alto de la puerta un trapo negro con dos tibias cruzadas y una calavera en el centro, mientras que el camarero transfigurado en pirata de Sabina, con parche en el ojo, con cara de malo, nos despedía agitando su garfio.

¿LA RECETA?
Esta vez creo que no voy a poner receta. Me limitaré a dejar un par de sugerencias.
Si van a Madrid y tienen un ratito, pásense por Casa Labra. Entre todas las exquisiteces que allí puedan ofrecerles, sobresalen el bacalao y las croquetas del susodicho pescado.
Si por casualidad encontraras cerradas las puertas de Casa Labra, ni se te ocurra pararte en Arysol. Corres el riesgo de que te cobren por un bistec el precio de media vaca.